miércoles, 25 de mayo de 2011

EL SÍNDROME INDIGNADO

EL SÍNDROME INDIGNADO

José Luis Quevedo


Estoy por pedir hora a mi médico de cabecera para la unidad de salud mental y que me traten esto; ahora, para cuando me atiendan, ya más que indignado seré ignorado,…una vez más.

Así cavilaba esta mañana después de haber visto, leído y escuchado las interpretaciones que estos días se están haciendo del movimiento Democracia Real Ya. Al parecer, estamos ante una anormalidad social, un proceso morboso (de mórbido) bastante inespecífico y de pronóstico reservado, pero que, ¡ah! tiene un cierto tratamiento: ¡total!, ¿qué molestan estos chicos acampados? ¡Déjalos que se desfoguen! Nosotros, a lo que sabemos hacer, que es manejar como mejor sirva a nuestros intereses los hilos del poder, piensa la clase política residente. Tranquilos, todo esto pasará de las primeras páginas de la prensa a las de sociedad y terminará muriendo en las de salud y bienestar.

Además para que no resultemos demasiado carcas en su presentación mediática, destaquemos su aire de modernidad, tecnológica al menos (redes sociales, Facebook, Twitter…) y aliñémoslo con un poquito de esnobismo idiomático (trending topic, hashtag, tweet…), comentan los progres tertulianos.

Pero al menos tengo la esperanza de que no quede ahí. No, no debe quedar ahí, pues todo esto va del cuestionamiento de la actual distribución del poder y su forma de expresarse en la sociedad a través de los partidos políticos, las instituciones, los medios de comunicación y una legislación electoral pensada para perpetuar esta situación (que la clase política, cínica y avariciosamente, llama alternancia).

Y he aquí una bonita paradoja. Algo aparentemente tan moderno como esta protorevolución-via-Facebook-Twitter tiene uno de sus referentes en el panfleto de un nonagenario, Hessel, y su solución y continuidad en otro slogan de Mayo del 68: imaginación al poder. Pues se requiere de ambos, imaginación y poder, para que toda esta energía desatada sea canalizada hacia un verdadero cambio en la cuantía y forma en que delegamos nuestra soberanía en unos representantes llamados políticos.

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